domingo, 29 de diciembre de 2013

Entre vagones.



Hace un par de noches, de estas de ida y no de vuelta, andando hacia la salida del torno, me encontré con una rosa tirada. Blanca, enorme, estaba como recién cortada del árbol pero ahí descansando en medio de la suciedad de Madriles y el gris que a veces parece coger el metro.

Era como ese rayo de luz que entra a través de las nubes y lo ves desde lejos cuando conduces hacia donde siempre.

Era curioso. Todo el mundo se paraba, la miraba y la esquivaba. Ni la cogía ni la apartaba. Teníamos un símil en nuestra jodida cara.

Eso, que aportaba claridad a la mugre, no se atrevía nadie a pisarlo, pero tampoco eran capaces de doblar un poco para acercarse a cogerla. 

Parecía como si prefiriesen verla de lejos. 

Claro. 

De lejos no hay espinas.


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