jueves, 26 de diciembre de 2013

Sinceramente.



Ella, era una tipa sincera. No destacaba por su inteligencia, pero le gustaba andar con la verdad por delante. Quedaban pocas como ella, y menos viviendo en esa pensión de 8 euros la noche, que  tenía grietas en las que se podía perfectamente meter un puño.

Gracias a su gran amistad (entablada a base de anécdotas de las que nunca querrían volver a hablar), la "Jefa", como ella llamaba a la dueña del tugurio, le había ofrecido una de las mejores habitaciones. Entendamos mejores, como la mejor mierda de dentro del cubo de la basura.

Trabajaba de lo que podía, aquí y allá, más allá que aquí, y más o menos vivía (o eso decía), vendiendo sus obras por la calle. Unas obras excelentes, que cualquier literato de estos con barba, habría calificado como un exquisito rollo de papel higiénico.

La alta alcurnia de la sociedad podría clasificar las obras como plena ficción, pero ella sabía que no. No se trataba de ficción, se trataba de cómo se intenta llenar una vida vacía. Hablaban de cómo había entablado relación con mejores y peores, con jerifaltes y jerifaltas, con camellos y putas, con maderos y matones, pero sobre todo, con mentirosos.

Las mentiras inundaban las calles, y eran respondidas con una sonrisa de oreja a oreja, en la que se veían a veces mas dientes, a veces menos...

Mentiras que inundaban los sentimientos, los pensamientos, que nos inundaban a todos. Corrían por cualquier lado, y aquí no se libraban ni siquiera la flor y nata de la sociedad.

Ella se consideraba humilde, y sincera.  Probablemente por ello se viese aplacada por estas condiciones de vida, que podría calificarlas de inhumanas cualquier especialista del ámbito de la sanidad. Pero eran sus condiciones.

La verdad le había hecho crecer como persona, conocer todo lo que se puede conocer, pero por decir las cosas tal y como son, únicamente había recibido insultos y alguna que otra bofetada.
"No les gusta saber quiénes son" decía ella. Y tenía toda la razón. Preferían vivir en su pulcra e impoluta sociedad de hipócritas, a que cayesen una detrás de otra cual motas de polvo verdades, de esas que duelen más que cualquier bofetada de las que podría haber recibido.

Ella viajaba mucho, pero nunca demasiado, solo lo suficiente. Necesitaba saborear verdades nuevas. Dominaba perfectamente el Italiano, le encantaba, a diferencia de los italianos, a quienes aborrecía incluso más que la comida de la pensión donde ahora había depositado su culo.

Una pena que se fuese. Una pena que no volviese a saber más de ella.

Ahora simplemente nos quedan las conversaciones con la "Jefa" a las tantas de la mañana con ese mejunje que ella juraba y perjuraba que era whiskey bueno.
 
Por supuesto, mentía.
 

martes, 3 de Abril de 2012

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