Los medios de transcripción cada vez son más resolutivos pero menos vividos, igual que la zona de transición que me marcó hace unos meses cuando decidió hacer este viaje a lo Escohotado con sus 60 semanas en el trópico, pero sin trópico, y con 6 semanas.
Están siendo días de mucha reflexión, de momentos de
introspeccion y de ponderación en la báscula que no dejamos de tener metida
dentro de la cabeza.
No diré que pensaba que esto iba a ser así, porque la otra
manera era la opción más plausible y la que todo el mundo espera a la vuelta no
exactamente lo que puedo estar entendiendo como una redención.
Todo supone un tránsito y el protagonista intentará
estructurar lo que acontece como los personajes de sus historias, con sus más y
sus menos, con sus pros y sus contras, con sus ganas y perezas.
Cualquier similitud parecida a la realidad seguirá siendo
fruto de la imaginación del que pone voz a letras en su cabeza, de su mente que
enarbola banderas como las de los arcenes que orientan hacia un camino,
saltatorias de un discurso errado, sentido en el sinsentido de este caos y
orden que provoca el oír a uno mismo.
Si aquí van las dedicatorias
supongo que está escrito para la idea que no fue, para la realidad que es y
para el corazón que sigue buscando sus piezas cada vez un poco más lejos.
Con un sentimiento de grata responsabilidad y con necesidad
de liberar ideas acorraladas abrió su portátil y se puso a escribir (se perdió
la romantización del papel y el bolígrafo).
“Hablaban con discursos de fondo palabras encadenadas que
parecían dictarse una tras otra como resultado de una respuesta como el mirarse
a un espejo.
Pero de dos en dos.
No son líneas paralelas.
Tienen algo de curvatura pero no sé exactamente en qué punto
van a confluir, si la curva parece cada vez ser más pronunciada al trazar un
ángulo convexo de la misma manera.
Tal vez sea como las olas del mar cuando se van acercando a
la orilla, a veces un poco más cerca, a veces un poco más lejos pero
desdibujando la línea irregular del límite de lo que está seco y lo que no.
Hasta que sube la marea, se lleva todo por delante, y te
vuelve a cambiar los esquemas.
De vuelta, en la radio hablaba una chica en una entrevista
sobre cambios del paradigma y un
concierto en la sala clamores: "yo no lloraba, y lloré".
Eso es lo que significa saludarse a veces con el puño.
Irse, es decir más sin decir, que abriendo la boca.
Y yo que se, quedaban huecos vacíos.
Con el paradigma de la CocaCola que cuenta Zizek, tirado en
medio del desierto, esta bebida de burbujas es lo único que tienes para beber.
Mercancía.
Trascendencia y exceso.
La obligatoriedad del goce que implica que al beber, no solo
calmas la sed sino que la acentúas.
Deseo por el deseo, pero que al calentarse te empieza a
parecer una mierda.
Creo que ya no somos productos de consumo porque no quiero
que lo seas, y me he dado cuenta después de enumerar la trayectoria de errores que
he cometido y que me han llevado a sentarme aquí antes de coger un vuelo en 4
horas, de despedirme de esta manera, y no de la que habría querido.
Que valientes somos para algunas cosas.
Que valiente sería hablando de la causa del deseo.
¿Servirán 60 días para aclarar estas ideas?
¿Generará más dudas como si volviésemos de otra Comunidad?
Llevamos 3 años poniéndonos límites, desde lo más parecido
al fuego de cigarros cómplices, sin necesidad de fingir palabras para hilar
frases.
Como si se tratase de otro capítulo, con las luces apagadas
dentro, empezó el negocio con los coches amarillos para vueltas después de
confesiones. Las de siempre. Porque al final son las que nos acompañan desde
hace tiempo.
Guiándonos por un tubo de luz blanca hacia las favelas con
su tintineo de fondo seguimos adelante, comentando jugadas y tiempos
superficiales el que podía mantener fijo en una posición sentada.
De algo como lo que pienso se debía referir la mujer de
verde. Ayer creo que de rojo.
Pero muy lejos desde aquí, igual algo menos dentro de 60
días.
No creo viendo lo visto.
Con el giro de acontecimientos.
Supongo que cada vez está más claro.
Y la carretera está más recta, y con otras luces de Favela
de fondo.
Cuantos habremos escrito la misma historia pero con
distintos nombres.
Cuántas noches seguiremos haciéndolo.
Cuantos quedarán por delante cuando dejemos de hacerlo.”
Cerró el portátil, y se puso a hacer la maleta porque
efectivamente, en 4 horas salía su vuelo.
Era la única persona con la que mantenía conversaciones por
teléfono. Curioso ¿no?. La era en la que menos libros se leen, es la era que
mas palabras leemos, pero la voz, el timbre del otro lado, el tono, nos da
pavor. Ahora por fin estaba tranquilo habiendo hecho lo que tenía que hacer.
El contenido de la maleta es lo menos importante. La hizo
mal como siempre. Muchas cosas que no acabó utilizando y pocas cosas que le
resultarían mas útiles, pero así es la vida , como una maleta mal hecha, preparándote
para que llegues a tu destino y espabiles.
Consiguió meterse en la cama, deshecha como costumbre.
- Hace mucho que no noto las sábanas frías y estiradas cuando entro por las
noches – recordó. Recordó lo que hace tiempo venía pensando.
La necesidad del cambio.
Se cerraron los ojos como si un telón terminase la función y los tramoyistas
pensasen en el descanso por fin.
Durmió.
Durmió poco.
La noche anterior ya había dormido poco pero por otra historia que no viene al
caso.
De camino al aeropuerto le recorrió un escalofrío. Ya no había vuelta atrás. El día estaba aquí y la terminal estaba esperando con los brazos abiertos para facturar la maleta mal hecha y pasar a continuación el eterno control en el que nos creemos más importantes de lo que de verdad somos.
Llevaba bastante más de dinero del que se podía, pero
repartirlo entre 3 amigos nunca supuso un problema, igual que pasar por la
aduana y declarar no fue nunca una opción.
Nombrar escala a las paradas es curioso. Nunca supe bien si
subían o bajaban.
Sueño.
Comida.
Leer a Saramago.
Película mediocre.
Comida.
Café.
Tocar tierra.
Buscar una red wifi a la que conectarse.
-
¿Como hacía la gente para viajar libremente por
Colombia cuando no había Uber? -pensó. Como también pensó lo patético de su
pensamiento. Menos mal que no se le había ocurrido decirlo en alto. Putos
privilegios occidentales.
Tras una dirección rápidamente agendada fueron recibidos con
las manos abiertas.
Con alcohol.
Mucho alcohol.
Los amigos de mi familia son mi familia, así que dejaron de
ser los que eran para ser uno más, y desde entonces, por lo menos uno de ellos,
nunca volvió a ser el mismo.
Estaban conociendo a una de las personalidades conocidas de Bucaramanga y les
acababa de invitar a su casa. Familia,
ya sabéis. Respeto.
Nada mas entrar se notaba olor a lemongrass, ese tan parecido al limón, pero
mezclado con tintes a whisky y un humo denso de unos puros cuidados, adornados
y protegidos como un bien preciado que parecía conseguir de contrabando y que
resultó que no solo lo parecía.
Fumaron y compartieron ese humo al ambiente mientras bebían
y percibían la buena combinación que resultaba de alternar cerveza helada con el
guaro (como llamaban allá al aguardiente). El olor a humedad podía entrar por
la ventana del ático anunciando lo que sería una lluvia y unas nubes que les
acompañarían prácticamente de manera constante a lo largo de los días, si no en
el cielo, emanadas desde sus pulmones,
Cayó la noche, y con poca nitidez y recuperando las maletas
que habían dejado debajo de una escalera se fueron, dejaron atrás a una de esas
personalidades que marcan, dejaron atrás los tonos madera, la vieja escuela, la
sensación de respeto que se dejaba entrever detrás de una imagen ecléctica.
La nueva casa era vida. Cómo no iba a serlo estando en uno
de los mejores barrios. Estando en una de las ciudades más importantes de
América Latina y que su nombre resonaba en nuestras cabezas como uno de esos
sitios a los que tener que visitar antes de que nos metan en el cajón de pino.
Los primeros acercamientos a la cultura autóctona fueron
directos y claros, no se oculta lo que hay. Y eso fue una de las sensaciones
que le acompañó todo el viaje.
La desigualdad era clara.
Franca.
Absolutamente cristalina.
Los valores más allá de los criterios superficiales parecían
brillar por su ausencia y la sensación de que con dinero podías hacer o tener
absolutamente cualquier cosa cada vez era más tangible.
Todo era estética, a nivel corporal, a nivel mental. Cada vez que hablábamos en
el grupo se notaba que llamábamos la atención. Supongo que éramos el bicho
raro. El turista en tierra de no turistas. Y la sensación se mantuvo las
siguientes noches, todo era apariencia y todo era evasión. Parecía como si esos
“guettos” privilegiados fuesen reductos donde se permitía todo lo que en Europa
se escondía.
Aquí ganaba la voluptuosidad, ganaba la apariencia, el
garrafón cobrado a precio de oro y las drogas consumidas como al que le duele
la garganta y lleva siempre un puñado de caramelos en el bolsillo.
Se percibía la necesidad de evasión, necesitaban sentirse
seguros en algún lado y el abrazo a los estados alterados de consciencia suele
ayudar temporalmente a estas cosas aunque la mañana siguiente te muestre las
realidades como un esquimal dejando a su hijo recién nacido en el hielo.
No se acostumbraba. No le gustaba. Aquellas realidades en
realidad eran paraísos artificiales. Lo de verdad era la gente de fuera de esas
cuatro paredes. Era la suciedad del suelo de las calles alejadas de los centros
de las ciudades, era la pasividad de la policía ante lo que pasaba a su
alrededor, lo de verdad seguían siendo esos semáforos parpadeando por la noche.
No conseguía relajarse. Seguía con la cabeza mas aquí que
allí y el mejor instrumento para la comunicación podía convertirse también en
una cárcel si el método de uso no era el adecuado.
De vuelta de las noches a los apartamentos, alguno acompañado, pero él solo
hasta que se asentó en la última ciudad donde llegaría a pasar una temporada
más larga, a veces seguía escribiendo. Eso le arropaba. Probablemente estuviese
viviendo una gran decepción después de idealizar un concepto durante tanto
tiempo y al poder tocarlo darse cuenta que se derretía, que a las 12 de la
noche se transformaba en calabaza y lo peor de todo es que a todo el mundo
parecía valerle. Pero a él, no.
421409N84336O. El erotismo de la decadencia solo funciona cuando lo miras de lejos.
-“Lo más fácil va a
ser coordinarnos”- Pensaba. Si es que tampoco va a ser tan complicado. Pero
cada vez tenía más vistazos a la pantalla del móvil y menos respuestas en ella.
Su cabeza seguía en donde las coordenadas.
Constante.
Presencia.
Dudas.
Juego.
Clandestino.
Llegó un punto en el que las puestas de sol lo
cambiaron todo y desde algún golfo, lo más al norte posible, los barcos
empezaron a interpretar mensajes que llegaban a sus radios. De poner soles,
pasaron a entender que se podían tomar, y de tomarlos pasaron a hacerlos
propios desde la seguridad que da la distancia cuando sabes que no hay nadie
que pueda estar mirando.
Tal como aparecimos parecimos interrumpirnos con
el mono que genera el hábito del cigarro con el café, que supimos sustituir por
vapers que se están fumando ahora con música de fondo o conciertos improvisados.
Llegué a pensar en algún momento que podíamos haber sido el comodín de la
llamada de manera bilateral en caso de necesitarlo, pero cada vez lo veo más
lejos, porque no veo el cielo despejado al tener cada vez nubes más grandes.
Hablas del problema de no estar bien con uno mismo y de la obligación que
radica en la culpa de estar segura de no haber hecho las cosas bien. Yo es que
nunca entendía las reglas del juego, simplemente me puse a jugar sin haber
leído el libro de instrucciones porque me gustaba que nos hubiésemos convertido
en participantes.
Teníamos un compromiso a nuestra manera que lo empezaron firmando carteles de
películas con los que nos cruzamos y ya calaron en nuestra memoria.
Lo continuamos con libros
pendientes y lápices que subrayasen y escribiesen aquello que el otro, alejado
en el tiempo, pero si aproximando el espacio, pudiese estar en el aqui y el
ahora de lo que es el allí y el luego. Sigo esperando que libro leer y por
ahora sigo por mi cuenta como tantos otros proyectos que se quedan en una idea
y no se materializan ni en el intento de la corporeidad.
La pregunta es una constante en mi vida, y por
tanto no iba a ser menos aquí.
Tuvo que haber algo que supusiese el antes y el
después cuando el chicle dejo de estirarse y se rompió.
Igual se le fue el sabor. O quería probar otro.
Hasta que el día de la propia
vuelta, volvió a recibir una llamada tras prácticamente 20 días sin dar señales
de la que hablaremos mas adelante.
Se acostumbró al día a día aunque
hubiese cosas que chirriasen. Nunca se habría planteado la posibilidad de que
algún trabajador de la finca donde vivía le hiciese la pregunta sobre si podía
ir en el mismo ascensor con él. O si la persona que le ayudaba con los
desplazamientos le preguntase si no le importaba que siguiese una ruta
alternativa que no iba a quedar reflejada en el GPS porque iba a ser algo más
rápida para evitar el tráfico.
Era una sensación de paranoia
colectiva.
La salud mental estaba claramente trastocada. Los índices de patología y de
situaciones límite estaban por las nubes. Pero ¡como no iban a estarlo! Con ese
consumo de absolutamente todo, de personas y sustancias, de cuerpos y
corazones, de momentos y situaciones que se podían comprar.
Los pájaros seguían molestando al
volver a casa, pero por supuesto con sus propios horarios. Todo adelantado, ya
que desde las 3:30 de la mañana podías oírles avisar de que ibas a tener
historias que contar pero que igual no todo lo que estabas viendo que pasaba a
tu alrededor era lo correcto.
La normativa general de la noche
empezaba con cacheos constantes antes de la entrada de cualquier tugurio,
teniendo detectores de metales portátiles los intermedios y arcos metálicos
tipo aeropuerto los que reunían en su interior a lo que consideraban como la
flor y la nata de la sociedad. En el caso de que encontrasen algo, siempre y
cuando no fuese un arma se limitaban a quitarlo y dejarle pasar, o dejarte
pasar si hacías uso de un pequeño impuesto revolucionario.
El baile era una jodida armonía. La
coordinación funcionaba exactamente como los latidos del propio pulso haciendo
alusión a exposiciones de arte moderno de corrían de la cuenta de la Bienal
justo en esa época en alguno de los museos más importantes del centro de la
ciudad.
Y hablando de museos.
Todo allí era arte moderno. La capacidad de cognición se había abstraído lo
suficiente como para inundar la ciudad de conceptos abstractos que para los
autores tenían un significado y probablemente para nosotros el resto de
mortales tuviese otro. Todo por supuesto
bañado por un ambiente lacrimógeno postpandémico intentando ahondar dentro de
pechos mas vacíos que llenos.
Una llamada clara de atención fue la del Satélite.
Se te ofrece la posibilidad de ponerte en contacto con una empresa, que además
de geolocalizar tu posición, te permite seguir el recorrido de un satélite y su
órbita y que además, cada vez que pase aproximadamente por tu misma posición se
pone en contacto contigo vía mensaje directo.
La idea era establecer una conexión con algún ser querido fallecido durante la
pandemia y el cielo ya sabéis. Creencias desde las más ancestrales hasta las
más judeocristianas.
Podías apuntar un nombre.
Y mandarlo al cielo.
Y si todavía no estaba muerto?
¿Y si en realidad estaba bastante más abajo, tirando más hacia la lava como
bien puntualizó ella?
No mandé ningún nombre. Y eso que he
perdido mucho.
Volviendo a la noche, porque os
aseguro que allí se veían mas las estrellas que el sol, la influencia extranjera
prácticamente no existía, algo que me sorprendió gratamente en estos tiempos de
globalización.
Los rituales eran parecidos, inundados de música en directo. Necesitaban cantos
y cuerdas. Vientos y percusiones que servían como calentamiento para ritmos más
progresivos que nos resultaban comunes, que nos acercaban a algo que conocíamos
más y que podían hacer perder al norte a cualquiera de los mortales que pasasen
por allí.
Os recuerdo que de puertas para
dentro valía todo. Dentro de sus normas.
Todo era blando. Todo era flojo.
Era una estimulación burda pero constante.
Y las canciones que sonaban también les recordaban a momentos
que les jodía recordar.
No quiero formar parte del déficit que completa
la cuadratura del círculo pudiendo ser el puto círculo.
Y aún así, la culpa del puritanismo -decian- fue cuando nos
colonizastéis.
Ojalá supiesies que cualquier valor de aquellos con los que habíamos crecido se
había disuelto de la manera que auguró Bauman. Como cualquier polvo tirado en
el café o en la taza del váter.
Ensayo sobre la ceguera, uno de los textos principales que
acompañó el camino y que allí quedó habla de una pareja, o como decían allí,
“enamorados”, que fueron al cine y quedaron ciegos, cegados por una neblina
densa y blanca.
La mujer que ve los ve desnudos y entrelazados como símbolo
de un caos que les unió.
Reflexionaba sobre a cuántas personas habrá unido la pandemia.
Sobre cuantas personas habrá separado.
Cuanto de real tiene una unión forzosa, establecida por algo que se impone,
algo dictatorial y exógeno?. Parecido al fin y al cabo como enamorarte de tu
secuestrador aludiendo al síndrome de Estocolmo. Aunque casi me recuerda más al
síndrome del impostor, sintiéndote menos que la gente que te rodea.
La perspectiva de las decisiones influye en situaciones
extremas.
La libertad de elegir del que tiene una pistola en la cabeza.
¿Estás segura que puedes elegir?
Después de un sueño revelador, con ese puntito de no querer
despertarte para seguir viviendo una realidad aunque no te esté gustando
prácticamente nada el toque obsesivo que le daba Morfeo esta vez. Mezclando
consciente e inconsciente y abierto en canal a nivel de sensaciones se quitan
los filtros y se muestra la película en el negativo y no con las fotos
reveladas a color y bien definidas.
Ideas de cooperación.
Ideas del norte.
La conversación silenciosa a través de visualizaciones sin
intercambiar una sola palabra.
En un sitio, en el que todo el que te rodea no respeta
semáforos en rojo y los pasa a 140 en cualquier calle.
Menos mal que el papel pasó a mejor vida, porque habría sido
como para pegarle fuego en cualquier hueco que no dejase rastro.
La idea preconcebida era la estética a la que nos enfrentamos
en el norte.
Pero todo cambió.
Un semblante serio de pocos amigos y un vestido negro de
cuello vuelto. Una coleta tensa y medida al milímetro que subía tanto como unos
tacones que destacaban sobre el suelo que pisaban. Fue como jarro de agua
caliente lanzado desde un balcón un día de frío. Que te calienta, pero sabes
que vas a necesitar más.
Casi como de cultura alemana las cervezas se servían por
litros, y ya no hubo falta más, solo algún trago rápido y a palo seco que
servía también como símil al jarro de agua caliente. En poco tiempo, dejamos
esa estancia que tampoco acompañaba mucho y nos acercamos a lugares conocidos.
Bohemios.
Gentrificados.
Llenos de pintadas muy bien elegidas que querían aparentar
esa humildad que claramente no existía.
Y volvimos a perdernos. Volvimos a hacernos amigos de
camareros que no volveré a ver pero que se portaban bien con los líquidos de
dentro de los vasos. Que sí que te trataban como si les conocieses de toda la
vida y que al final también formaron parte de esto.
Entre plantas, sin saber elegir si estás mejor arriba o abajo
y volviendo a sentir ritmos tribales un trozo de Occidente se quedó allí. Y
fuera llovía una barbaridad. Y los desplazamientos no eran tan fáciles y el
acercarte tampoco. Si caminar nunca fue una opción, hoy mucho menos.
Fue la primera vez que la comunicación fue bilateral. Nadie
se había planteado aunque solo fuese por respeto intentar hablar una lengua tan
parecida y tan desconocida a la vez. Pero ahora si. Tal vez sería porque ya
habíamos aprendido a comunicarnos de otra manera? Tal vez sería porque
hablábamos otro idioma en el que las palabras y el lenguaje no limitan tanto.
Tal vez sería que compartíamos algo más en común?
Los camiones de la basura tampoco paran, la gente que curra
en la noche corre.
Y nosotros habíamos sido capaces no se si de parar, pero de
ralentizar en poco el segundero en la muñeca.
Ya conocía la sensación de encontrar un oasis en el desierto y estas líneas se están continuando después de varios meses sin escribir nada, pero para algo están los recuerdos y la memoria volviendo a desayunar nicotina y café. Desde la incomodidad de un sofá pintón pero barato he vuelto a soñar que tenia un accidente con la moto por ir sin casco. Me hacía un corte curioso en la mejilla derecha que provocaría una cicatriz de lo más peliculera. Menos mal que sigo con sólo las mías cuando me desperté, no necesitaba ninguna más.
Siempre he pensado que hay gente más sensible y más
susceptible a la compañía, más aún a la soledad. Lo importante que es tener tiempo
para uno mismo, pero cuando nosotros queremos. Al final todo se reduce a miedo.
Miedo Miedo condicionado por haberlo tenido siempre todo., por no haber tenido ningún
déficit de nada en ningún momento, y ahora que la vida real se abre paso, que estás
tu delante del mundo sin que nadie te coja de la mano, tomando tus propias decisiones,
cuando le das a la palanca que no toca, vuelve a abrirse la trampilla que
tienes debajo.
La romantización de los bajones siempre ha desarrollado las
mejores obras aunque no nos ganemos la vida con ello. El tema principal sigue
siendo el mismo, ha cambiado el color de pelo, la altura, incluso el color del
edredón que cubre por las noches. Creo que es una batalla común y que todos
tenemos una procesión que va por dentro y que ocultamos de cara a la galería,
lo sé porque yo también he visto a través de esos ojos, porque cuando alguien
los tiene puedo ver a través de ellos. Y probablemente yo haya formado parte
también de esa historia sin final feliz de alguien, pero al final quedan más capítulos
por leer que libros cerrados cogiendo polvo en la estantería.
Fue una experiencia para no olvidar, pero como todo, se acaba
olvidando cuando te empapas de tu rutina otra vez y solo queda el recuerdo.
Me gusta la gente que sigue queriendo querer.
Parece que se ha pasado de moda.
Parece que se ve desde un mirador de esos de una isla en
medio del Atlántico.
Me gusta lo viejo supongo, aunque ahora se llama retro.
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