domingo, 5 de marzo de 2023

Trópico sin trópico

 Los medios de transcripción cada vez son más resolutivos pero menos vividos, igual que la zona de transición que me marcó hace unos meses cuando decidió hacer este viaje a lo Escohotado con sus 60 semanas en el trópico, pero sin trópico, y con 6 semanas.

Están siendo días de mucha reflexión, de momentos de introspeccion y de ponderación en la báscula que no dejamos de tener metida dentro de la cabeza.

No diré que pensaba que esto iba a ser así, porque la otra manera era la opción más plausible y la que todo el mundo espera a la vuelta no exactamente lo que puedo estar entendiendo como una redención.

Todo supone un tránsito y el protagonista intentará estructurar lo que acontece como los personajes de sus historias, con sus más y sus menos, con sus pros y sus contras, con sus ganas y perezas.

Cualquier similitud parecida a la realidad seguirá siendo fruto de la imaginación del que pone voz a letras en su cabeza, de su mente que enarbola banderas como las de los arcenes que orientan hacia un camino, saltatorias de un discurso errado, sentido en el sinsentido de este caos y orden que provoca el oír a uno mismo.

 

Si aquí van las dedicatorias supongo que está escrito para la idea que no fue, para la realidad que es y para el corazón que sigue buscando sus piezas cada vez un poco más lejos.

 Era el día antes de emprender el viaje que tanto tiempo estuvo esperando y cruzar la línea que por fin permitiría a su paracaídas abrirse. Ese rayo de sol que iluminaría todas las mañanas a través de lo que la gente podía entender como un paraíso tropical, aunque antes, había cosas que hacer.

Con un sentimiento de grata responsabilidad y con necesidad de liberar ideas acorraladas abrió su portátil y se puso a escribir (se perdió la romantización del papel y el bolígrafo).

“Hablaban con discursos de fondo palabras encadenadas que parecían dictarse una tras otra como resultado de una respuesta como el mirarse a un espejo.

Pero de dos en dos.

No son líneas paralelas.

Tienen algo de curvatura pero no sé exactamente en qué punto van a confluir, si la curva parece cada vez ser más pronunciada al trazar un ángulo convexo de la misma manera.

Tal vez sea como las olas del mar cuando se van acercando a la orilla, a veces un poco más cerca, a veces un poco más lejos pero desdibujando la línea irregular del límite de lo que está seco y lo que no.

Hasta que sube la marea, se lleva todo por delante, y te vuelve a cambiar los esquemas.

De vuelta, en la radio hablaba una chica en una entrevista sobre cambios del paradigma y un  concierto en la sala clamores: "yo no lloraba, y lloré".

Eso es lo que significa saludarse a veces con el puño.

Irse, es decir más sin decir, que abriendo la boca.

Y yo que se, quedaban huecos vacíos.

Con el paradigma de la CocaCola que cuenta Zizek, tirado en medio del desierto, esta bebida de burbujas es lo único que tienes para beber.

Mercancía.

Trascendencia y exceso.

La obligatoriedad del goce que implica que al beber, no solo calmas la sed sino que la acentúas.

Deseo por el deseo, pero que al calentarse te empieza a parecer una mierda.

Creo que ya no somos productos de consumo porque no quiero que lo seas, y me he dado cuenta después de enumerar la trayectoria de errores que he cometido y que me han llevado a sentarme aquí antes de coger un vuelo en 4 horas, de despedirme de esta manera, y no de la que habría querido.

Que valientes somos para algunas cosas.

Que valiente sería hablando de la causa del deseo.

¿Servirán 60 días para aclarar estas ideas?

¿Generará más dudas como si volviésemos de otra Comunidad?

Llevamos 3 años poniéndonos límites, desde lo más parecido al fuego de cigarros cómplices, sin necesidad de fingir palabras para hilar frases.

Como si se tratase de otro capítulo, con las luces apagadas dentro, empezó el negocio con los coches amarillos para vueltas después de confesiones. Las de siempre. Porque al final son las que nos acompañan desde hace tiempo.

Guiándonos por un tubo de luz blanca hacia las favelas con su tintineo de fondo seguimos adelante, comentando jugadas y tiempos superficiales el que podía mantener fijo en una posición sentada.

De algo como lo que pienso se debía referir la mujer de verde. Ayer creo que de rojo.

Pero muy lejos desde aquí, igual algo menos dentro de 60 días.

No creo viendo lo visto.

Con el giro de acontecimientos.

Supongo que cada vez está más claro.

Y la carretera está más recta, y con otras luces de Favela de fondo.

Cuantos habremos escrito la misma historia pero con distintos nombres.

Cuántas noches seguiremos haciéndolo.

Cuantos quedarán por delante cuando dejemos de hacerlo.”

 

Cerró el portátil, y se puso a hacer la maleta porque efectivamente, en 4 horas salía su vuelo.

 

 -        Mira tío, se que no lo vas a entender. Se que te va a parecer una locura, como si te estuviese delegando mi testamento porque me fuese a morir, pero tengo esta sensación. Necesito que sepas donde está todo esto escrito, y si me pasa algo, si no vuelvo por lo que sea, quiero que lo leas. Quiero que te empapes de ello. Quiero que te involucres y que involucres. Y si entiendes, si trasciendes a la forma, quiero que lo hagas llegar a quien creas que le pueda llegar al corazón – le dio la dirección en la que consultar y colgó el teléfono.

Era la única persona con la que mantenía conversaciones por teléfono. Curioso ¿no?. La era en la que menos libros se leen, es la era que mas palabras leemos, pero la voz, el timbre del otro lado, el tono, nos da pavor. Ahora por fin estaba tranquilo habiendo hecho lo que tenía que hacer.

El contenido de la maleta es lo menos importante. La hizo mal como siempre. Muchas cosas que no acabó utilizando y pocas cosas que le resultarían mas útiles, pero así es la vida , como una maleta mal hecha, preparándote para que llegues a tu destino y espabiles.

Consiguió meterse en la cama, deshecha como costumbre.
- Hace mucho que no noto las sábanas frías y estiradas cuando entro por las noches – recordó. Recordó lo que hace tiempo venía pensando.
La necesidad del cambio.
Se cerraron los ojos como si un telón terminase la función y los tramoyistas pensasen en el descanso por fin.
Durmió.
Durmió poco.
La noche anterior ya había dormido poco pero por otra historia que no viene al caso.

 

De camino al aeropuerto le recorrió un escalofrío. Ya no había vuelta atrás. El día estaba aquí y la terminal estaba esperando con los brazos abiertos para facturar la maleta mal hecha y pasar a continuación el eterno control en el que nos creemos más importantes de lo que de verdad somos.

Llevaba bastante más de dinero del que se podía, pero repartirlo entre 3 amigos nunca supuso un problema, igual que pasar por la aduana y declarar no fue nunca una opción.

Nombrar escala a las paradas es curioso. Nunca supe bien si subían o bajaban.

Sueño.

Comida.

Leer a Saramago.

Película mediocre.

Comida. 

Café.

Tocar tierra.

Buscar una red wifi a la que conectarse.

-        ¿Como hacía la gente para viajar libremente por Colombia cuando no había Uber? -pensó. Como también pensó lo patético de su pensamiento. Menos mal que no se le había ocurrido decirlo en alto. Putos privilegios occidentales.

Tras una dirección rápidamente agendada fueron recibidos con las manos abiertas.

Con alcohol.

Mucho alcohol.

Los amigos de mi familia son mi familia, así que dejaron de ser los que eran para ser uno más, y desde entonces, por lo menos uno de ellos, nunca volvió a ser el mismo.
Estaban conociendo a una de las personalidades conocidas de Bucaramanga y les acababa de invitar a su casa.  Familia, ya sabéis. Respeto.

Nada mas entrar se notaba olor a lemongrass, ese tan parecido al limón, pero mezclado con tintes a whisky y un humo denso de unos puros cuidados, adornados y protegidos como un bien preciado que parecía conseguir de contrabando y que resultó que no solo lo parecía.

Fumaron y compartieron ese humo al ambiente mientras bebían y percibían la buena combinación que resultaba de alternar cerveza helada con el guaro (como llamaban allá al aguardiente). El olor a humedad podía entrar por la ventana del ático anunciando lo que sería una lluvia y unas nubes que les acompañarían prácticamente de manera constante a lo largo de los días, si no en el cielo, emanadas desde sus pulmones,

Cayó la noche, y con poca nitidez y recuperando las maletas que habían dejado debajo de una escalera se fueron, dejaron atrás a una de esas personalidades que marcan, dejaron atrás los tonos madera, la vieja escuela, la sensación de respeto que se dejaba entrever detrás de una imagen ecléctica.

La nueva casa era vida. Cómo no iba a serlo estando en uno de los mejores barrios. Estando en una de las ciudades más importantes de América Latina y que su nombre resonaba en nuestras cabezas como uno de esos sitios a los que tener que visitar antes de que nos metan en el cajón de pino.

Los primeros acercamientos a la cultura autóctona fueron directos y claros, no se oculta lo que hay. Y eso fue una de las sensaciones que le acompañó todo el viaje.

La desigualdad era clara.

Franca.

Absolutamente cristalina.

Los valores más allá de los criterios superficiales parecían brillar por su ausencia y la sensación de que con dinero podías hacer o tener absolutamente cualquier cosa cada vez era más tangible.
Todo era estética, a nivel corporal, a nivel mental. Cada vez que hablábamos en el grupo se notaba que llamábamos la atención. Supongo que éramos el bicho raro. El turista en tierra de no turistas. Y la sensación se mantuvo las siguientes noches, todo era apariencia y todo era evasión. Parecía como si esos “guettos” privilegiados fuesen reductos donde se permitía todo lo que en Europa se escondía.

Aquí ganaba la voluptuosidad, ganaba la apariencia, el garrafón cobrado a precio de oro y las drogas consumidas como al que le duele la garganta y lleva siempre un puñado de caramelos en el bolsillo.

Se percibía la necesidad de evasión, necesitaban sentirse seguros en algún lado y el abrazo a los estados alterados de consciencia suele ayudar temporalmente a estas cosas aunque la mañana siguiente te muestre las realidades como un esquimal dejando a su hijo recién nacido en el hielo.

No se acostumbraba. No le gustaba. Aquellas realidades en realidad eran paraísos artificiales. Lo de verdad era la gente de fuera de esas cuatro paredes. Era la suciedad del suelo de las calles alejadas de los centros de las ciudades, era la pasividad de la policía ante lo que pasaba a su alrededor, lo de verdad seguían siendo esos semáforos parpadeando por la noche.

No conseguía relajarse. Seguía con la cabeza mas aquí que allí y el mejor instrumento para la comunicación podía convertirse también en una cárcel si el método de uso no era el adecuado.
De vuelta de las noches a los apartamentos, alguno acompañado, pero él solo hasta que se asentó en la última ciudad donde llegaría a pasar una temporada más larga, a veces seguía escribiendo. Eso le arropaba. Probablemente estuviese viviendo una gran decepción después de idealizar un concepto durante tanto tiempo y al poder tocarlo darse cuenta que se derretía, que a las 12 de la noche se transformaba en calabaza y lo peor de todo es que a todo el mundo parecía valerle. Pero a él, no.

 

421409N84336O. El erotismo de la decadencia solo funciona cuando lo miras de lejos.

-“Lo más fácil va a ser coordinarnos”- Pensaba. Si es que tampoco va a ser tan complicado. Pero cada vez tenía más vistazos a la pantalla del móvil y menos respuestas en ella. Su cabeza seguía en donde las coordenadas.
Constante.

Presencia.

Dudas.

Juego.

Clandestino.

Llegó un punto en el que las puestas de sol lo cambiaron todo y desde algún golfo, lo más al norte posible, los barcos empezaron a interpretar mensajes que llegaban a sus radios. De poner soles, pasaron a entender que se podían tomar, y de tomarlos pasaron a hacerlos propios desde la seguridad que da la distancia cuando sabes que no hay nadie que pueda estar mirando.

Tal como aparecimos parecimos interrumpirnos con el mono que genera el hábito del cigarro con el café, que supimos sustituir por vapers que se están fumando ahora con música de fondo o conciertos improvisados. Llegué a pensar en algún momento que podíamos haber sido el comodín de la llamada de manera bilateral en caso de necesitarlo, pero cada vez lo veo más lejos, porque no veo el cielo despejado al tener cada vez nubes más grandes.

Hablas del problema de no estar bien con uno mismo y de la obligación que radica en la culpa de estar segura de no haber hecho las cosas bien. Yo es que nunca entendía las reglas del juego, simplemente me puse a jugar sin haber leído el libro de instrucciones porque me gustaba que nos hubiésemos convertido en participantes.

Teníamos un compromiso a nuestra manera que lo empezaron firmando carteles de películas con los que nos cruzamos y ya calaron en nuestra memoria.

Lo continuamos con libros pendientes y lápices que subrayasen y escribiesen aquello que el otro, alejado en el tiempo, pero si aproximando el espacio, pudiese estar en el aqui y el ahora de lo que es el allí y el luego. Sigo esperando que libro leer y por ahora sigo por mi cuenta como tantos otros proyectos que se quedan en una idea y no se materializan ni en el intento de la corporeidad.


La pregunta es una constante en mi vida, y por tanto no iba a ser menos aquí.

Tuvo que haber algo que supusiese el antes y el después cuando el chicle dejo de estirarse y se rompió.

Igual se le fue el sabor. O quería probar otro.

Hasta que el día de la propia vuelta, volvió a recibir una llamada tras prácticamente 20 días sin dar señales de la que hablaremos mas adelante.

Se acostumbró al día a día aunque hubiese cosas que chirriasen. Nunca se habría planteado la posibilidad de que algún trabajador de la finca donde vivía le hiciese la pregunta sobre si podía ir en el mismo ascensor con él. O si la persona que le ayudaba con los desplazamientos le preguntase si no le importaba que siguiese una ruta alternativa que no iba a quedar reflejada en el GPS porque iba a ser algo más rápida para evitar el tráfico.

Era una sensación de paranoia colectiva.

La salud mental estaba claramente trastocada. Los índices de patología y de situaciones límite estaban por las nubes. Pero ¡como no iban a estarlo! Con ese consumo de absolutamente todo, de personas y sustancias, de cuerpos y corazones, de momentos y situaciones que se podían comprar.

Los pájaros seguían molestando al volver a casa, pero por supuesto con sus propios horarios. Todo adelantado, ya que desde las 3:30 de la mañana podías oírles avisar de que ibas a tener historias que contar pero que igual no todo lo que estabas viendo que pasaba a tu alrededor era lo correcto.

La normativa general de la noche empezaba con cacheos constantes antes de la entrada de cualquier tugurio, teniendo detectores de metales portátiles los intermedios y arcos metálicos tipo aeropuerto los que reunían en su interior a lo que consideraban como la flor y la nata de la sociedad. En el caso de que encontrasen algo, siempre y cuando no fuese un arma se limitaban a quitarlo y dejarle pasar, o dejarte pasar si hacías uso de un pequeño impuesto revolucionario.

El baile era una jodida armonía. La coordinación funcionaba exactamente como los latidos del propio pulso haciendo alusión a exposiciones de arte moderno de corrían de la cuenta de la Bienal justo en esa época en alguno de los museos más importantes del centro de la ciudad.

Y hablando de museos.
Todo allí era arte moderno. La capacidad de cognición se había abstraído lo suficiente como para inundar la ciudad de conceptos abstractos que para los autores tenían un significado y probablemente para nosotros el resto de mortales tuviese otro.  Todo por supuesto bañado por un ambiente lacrimógeno postpandémico intentando ahondar dentro de pechos mas vacíos que llenos.

Una llamada clara de atención fue la del Satélite.

Se te ofrece la posibilidad de ponerte en contacto con una empresa, que además de geolocalizar tu posición, te permite seguir el recorrido de un satélite y su órbita y que además, cada vez que pase aproximadamente por tu misma posición se pone en contacto contigo vía mensaje directo.
La idea era establecer una conexión con algún ser querido fallecido durante la pandemia y el cielo ya sabéis. Creencias desde las más ancestrales hasta las más judeocristianas.
Podías apuntar un nombre.
Y mandarlo al cielo.
Y si todavía no estaba muerto?
¿Y si en realidad estaba bastante más abajo, tirando más hacia la lava como bien puntualizó ella?
No mandé ningún nombre.  Y eso que he perdido mucho.

Volviendo a la noche, porque os aseguro que allí se veían mas las estrellas que el sol, la influencia extranjera prácticamente no existía, algo que me sorprendió gratamente en estos tiempos de globalización.
Los rituales eran parecidos, inundados de música en directo. Necesitaban cantos y cuerdas. Vientos y percusiones que servían como calentamiento para ritmos más progresivos que nos resultaban comunes, que nos acercaban a algo que conocíamos más y que podían hacer perder al norte a cualquiera de los mortales que pasasen por allí.

Os recuerdo que de puertas para dentro valía todo. Dentro de sus normas.

Todo era blando. Todo era flojo. Era una estimulación burda pero constante.

Y las canciones que sonaban también les recordaban a momentos que les jodía recordar.

 

 Me encantaría saber que es porque creo que se que fue. Y no estoy tan seguro de lo que será aunque  a veces pique un poco. Se trenza con facilidad implacable y creo que es bastante unilateral salvo cuando hay algún tipo de déficit.

No quiero formar parte del déficit que completa la cuadratura del círculo pudiendo ser el puto círculo.

Y aún así, la culpa del puritanismo -decian- fue cuando nos colonizastéis.
Ojalá supiesies que cualquier valor de aquellos con los que habíamos crecido se había disuelto de la manera que auguró Bauman. Como cualquier polvo tirado en el café o en la taza del váter.

Ensayo sobre la ceguera, uno de los textos principales que acompañó el camino y que allí quedó habla de una pareja, o como decían allí, “enamorados”, que fueron al cine y quedaron ciegos, cegados por una neblina densa y blanca.

La mujer que ve los ve desnudos y entrelazados como símbolo de un caos que les unió.
Reflexionaba sobre a cuántas personas habrá unido la pandemia.
Sobre cuantas personas habrá separado.
Cuanto de real tiene una unión forzosa, establecida por algo que se impone, algo dictatorial y exógeno?. Parecido al fin y al cabo como enamorarte de tu secuestrador aludiendo al síndrome de Estocolmo. Aunque casi me recuerda más al síndrome del impostor, sintiéndote menos que la gente que te rodea.

La perspectiva de las decisiones influye en situaciones extremas.

La libertad de elegir del que tiene una pistola en la cabeza.

¿Estás segura que puedes elegir?

Después de un sueño revelador, con ese puntito de no querer despertarte para seguir viviendo una realidad aunque no te esté gustando prácticamente nada el toque obsesivo que le daba Morfeo esta vez. Mezclando consciente e inconsciente y abierto en canal a nivel de sensaciones se quitan los filtros y se muestra la película en el negativo y no con las fotos reveladas a color y bien definidas.

Ideas de cooperación.

Ideas del norte.

La conversación silenciosa a través de visualizaciones sin intercambiar una sola palabra.

En un sitio, en el que todo el que te rodea no respeta semáforos en rojo y los pasa a 140 en cualquier calle.

Menos mal que el papel pasó a mejor vida, porque habría sido como para pegarle fuego en cualquier hueco que no dejase rastro.

 

 Supongo que llega el momento de hablar del cambio de paradigma. Cansado de estereotipos y de cánones con los que no congeniaba sigo escribiendo la historia de personajes que siguen existiendo, pasando un poco en una terraza entre humo y algo de cerveza para bañar las ideas, rodeado de conversaciones que son inevitables de oir, pero no quieres escuchar por el trapicheo tras el trapicheo.

La idea preconcebida era la estética a la que nos enfrentamos en el norte.

Pero todo cambió.

Un semblante serio de pocos amigos y un vestido negro de cuello vuelto. Una coleta tensa y medida al milímetro que subía tanto como unos tacones que destacaban sobre el suelo que pisaban. Fue como jarro de agua caliente lanzado desde un balcón un día de frío. Que te calienta, pero sabes que vas a necesitar más.

Casi como de cultura alemana las cervezas se servían por litros, y ya no hubo falta más, solo algún trago rápido y a palo seco que servía también como símil al jarro de agua caliente. En poco tiempo, dejamos esa estancia que tampoco acompañaba mucho y nos acercamos a lugares conocidos.

Bohemios.

Gentrificados.

Llenos de pintadas muy bien elegidas que querían aparentar esa humildad que claramente no existía.

Y volvimos a perdernos. Volvimos a hacernos amigos de camareros que no volveré a ver pero que se portaban bien con los líquidos de dentro de los vasos. Que sí que te trataban como si les conocieses de toda la vida y que al final también formaron parte de esto.

Entre plantas, sin saber elegir si estás mejor arriba o abajo y volviendo a sentir ritmos tribales un trozo de Occidente se quedó allí. Y fuera llovía una barbaridad. Y los desplazamientos no eran tan fáciles y el acercarte tampoco. Si caminar nunca fue una opción, hoy mucho menos.

Fue la primera vez que la comunicación fue bilateral. Nadie se había planteado aunque solo fuese por respeto intentar hablar una lengua tan parecida y tan desconocida a la vez. Pero ahora si. Tal vez sería porque ya habíamos aprendido a comunicarnos de otra manera? Tal vez sería porque hablábamos otro idioma en el que las palabras y el lenguaje no limitan tanto.

Tal vez sería que compartíamos algo más en común?

Los camiones de la basura tampoco paran, la gente que curra en la noche corre.

Y nosotros habíamos sido capaces no se si de parar, pero de ralentizar en poco el segundero en la muñeca.

 

Ya conocía la sensación de encontrar un oasis en el desierto y estas líneas se están continuando después de varios meses sin escribir nada, pero para algo están los recuerdos y la memoria volviendo a desayunar nicotina y café. Desde la incomodidad de un sofá pintón pero barato he vuelto a soñar que tenia un accidente con la moto por ir sin casco. Me hacía un corte curioso en la mejilla derecha que provocaría una cicatriz de lo más peliculera. Menos mal que sigo con sólo las mías cuando me desperté, no necesitaba ninguna más.

Siempre he pensado que hay gente más sensible y más susceptible a la compañía, más aún a la soledad. Lo importante que es tener tiempo para uno mismo, pero cuando nosotros queremos. Al final todo se reduce a miedo. Miedo Miedo condicionado por haberlo tenido siempre todo., por no haber tenido ningún déficit de nada en ningún momento, y ahora que la vida real se abre paso, que estás tu delante del mundo sin que nadie te coja de la mano, tomando tus propias decisiones, cuando le das a la palanca que no toca, vuelve a abrirse la trampilla que tienes debajo.

La romantización de los bajones siempre ha desarrollado las mejores obras aunque no nos ganemos la vida con ello. El tema principal sigue siendo el mismo, ha cambiado el color de pelo, la altura, incluso el color del edredón que cubre por las noches. Creo que es una batalla común y que todos tenemos una procesión que va por dentro y que ocultamos de cara a la galería, lo sé porque yo también he visto a través de esos ojos, porque cuando alguien los tiene puedo ver a través de ellos. Y probablemente yo haya formado parte también de esa historia sin final feliz de alguien, pero al final quedan más capítulos por leer que libros cerrados cogiendo polvo en la estantería.

Fue una experiencia para no olvidar, pero como todo, se acaba olvidando cuando te empapas de tu rutina otra vez y solo queda el recuerdo.

Me gusta la gente que sigue queriendo querer.

Parece que se ha pasado de moda.

Parece que se ve desde un mirador de esos de una isla en medio del Atlántico.

Me gusta lo viejo supongo, aunque ahora se llama retro.

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