Dejó de pensar en nosotros y empezó a pensar en ti.
De esas, como la coletilla que utilizaba siempre, se encontró
un campo entero de nieve.
Como en medio de la pampa, porque sonaba eso, decidió entre otras
cosas coger algo y empezar algúna otra aventura.
Esos gritos y empujones, broncas entre dos personas que en
el fondo se querían de una manera mas compleja de lo que teníamos delante. Poesía en la multiculturalidad.
Y así, una detrás de la otra, nos empezaste a hablar. Nos
empezaste a contar que no todo era oro lo que relucía y mira que ibas bien
cargada.
Que esa tinta que cubría el cuerpo probablemente intentase tapar muchos recuerdos.
O que esa serpiente que recorría el muslo izquierdo o derecho (me da igual la lateralidad de las cosas) estaba por y para protegerte.
Como esos ojos azules.
Rojos, por los laterales.
Cansados de llorar.
Cansados sobre todo de fumar.
Queriendo alicatar encima de algo roto desde hace años, te diría
que unos 22, algo que no se puede curar tan fácil y menos con alguien que no
conocías de nada.
El sabor amargo de las cosas, el sur de Madrid, la zona en
la que estábamos, precipitó a la nada. Al frío.
En qué momento me dejé barba.
Era compañía. Fría compañía.
Esos ojos azules estaban perdidos en el mar entero. Y no creo que se encuentren.
O que se cure.
O que vaya a mejor.
Pero ojalá alguien algún día sea capaz de llevarte a buen
puerto.
O que te acompañe y os hundáis juntos poco a poco.
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