Empezó
a llover.
Y las llamadas que sabes que llegarían, llegaron. Y allí estábamos para descolgar.
De
hecho estábamos como a una hora. Pero eso a quién coño le importaba.
Ese
fue el viaje en autobús más largo que había tenido hasta la fecha.
-
"Tampoco será pera tanto" pensaba mientras miraba el móvil.
-
"Yo creo que cuando me pasé a mí, no le daré tanta importancia".
Seguía
lloviendo.
Avanzaba
lento entre el tráfico.
Ya
sabéis, aquí por la capital cuando los días se encapotan son más grises que en
cualquier otro lado.
-
¿Dónde estás?"
- No
lo sé.
- Si
lo sabes.
Y lo
supo.
Seguía
lloviendo y no caía desde arriba. Caía más cerca del suelo. La peor lluvia que
os podáis imaginar.
Y
ahí, aprendes lo que significa el tiempo. Porque no existe. Nos lo hemos
inventado.
"No
será para tanto volví a pensar". "Son cosas que pasan".
Y
paró de llover. Pero solo durante algunos años.
No
os libráis. Ni vosotros, ni yo. Al final, te toca.
Te
toca lejos.
Te
estás viendo desde fuera.
Y
vuelves a no decir nada, pero porque no hay palabras.
No
hay noche.
No
hay mañana.
Pero
había algo más de 300 km.
¿Sabéis
lo poco que tarde el AVE en llegar a los sitios? Pues eso, lo del tiempo es un
invento.
Y
los vagones de primera son los más tristes de todo el tren.
Y
estás cubierto.
Ni
una nube.
Pero
otra vez, se puso a llover más cerca del suelo.
Aunque
esta vez desde un poco más arriba.
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