Y quedó abierta la veda.
Todavía no hacía el frío que suele recorrer los hospitales por la noche , quizás por lo que se avecinaba o tal vez por quién lo hacía.Un control aparente de la situación nos recomendaba relajar los hombros aunque ninguno sabíamos lo que estaba por venir.
Rapidez.Asepsia.Emergencia.Tensión.Diálogo.Lágrimas.Tabaco.
Y ahí probablemente, entre balas en el aire calló una semilla en la tierra, un ideal que con pinceladas y dejando trabajar más a la parte sub(in)consciente de algún hemisferio solo dejó pasar, dejó hacer.
Cómo todo lo que acaba llegando, fue resbalando poco a poco entre los recovecos que recorren nuestra piel, hasta que en forma de traca final acabó prendiendo la mecha como se hace en celebraciones de esas donde se junta gente de manera muy elegante.
Prendida, chisporroteando por el primer contacto con el fuego y encendida de nuevo después de apagarse sigue avanzando, más rápido cuando cerramos los ojos que cuando los tenemos abiertos porque la realidad sólo nos permite desarrollarnos en aquellas cosas que nos dijeron que estaban bien.
Supongo que será un cuento de Navidad, un regalo del Olentzero para volver a hacernos soñar con algo, para volver a notar esa ilusión que nunca abarcará algo material.
Lo intangible que podemos tocar con la punta de la nariz.
El sentir cómo empieza a sonar algo un poco más fuerte.La tranquilidad de sentirte nervioso al saber que en cualquier momento podemos pasar por alto cualquier moralidad.No nos acostumbramos nunca a esto.
La mecha está prendida.